¿Por qué mi psicólogo suele preguntarme cómo me siento?

“¿Cómo te sientes en este momento?”, “¿qué estas sintiendo?”, “¿eso cómo te hace sentir?” y el famoso… “¿y cómo te sientes con eso?” son algunas de las variantes de una pregunta bastante común en la práctica psicológica.

Seguramente, si has asistido a terapia alguna vez, se te habrán hecho familiares al leerlas. Pero, más allá de que puedan ser vistas como preguntas cliché, ¿por qué o para qué se realizan?

    Para comenzar, la pregunta encierra una intención en algunos casos exploratoria, en otros casos es utilizada para promover el insight por parte de la persona/consultante/paciente.

    Jerome Brunner, un psicólogo americano que hizo importantes aportes a la psicología del desarrollo y el aprendizaje, define tres formas de conservar o representar la información proveniente de la experiencia, es decir, la manera de almacenar nuestros esquemas mentales.

    Una de ellas es la forma enactiva (a través de la acción), la segunda es la icónica (a través de dibujos o símbolos) y finalmente la gold standar dentro del ejercicio de la psicología, la forma simbólica (a través del lenguaje). Este último es una herramienta, en mi opinión, maravillosa, utilizada por el ser humano para comunicarse entre sí, poner orden, clasificar y REPRESENTAR la información, como se mencionó anteriormente que proviene del entorno y que conforma la experiencia y el aprendizaje.

    En psicología, el lenguaje es considerado la representación del pensamiento, una representación simbólica de éste, y es además el principal instrumento utilizado en la práctica clínica para acceder a la realidad del paciente y para que, al mismo tiempo, este comprenda, acceda y exponga sus propias ideas y/o emociones.

    Una creencia que es común en personas que asisten a terapia es la idea de que “sentir” o “exponer” determinadas emociones es actitud de minusvalía, aún cuando ha quedado demostrado que, por el contrario, la fortaleza radica en nuestra habilidad para gestionar y reconocer nuestras emociones y las de los demás.

    Esta creencia errónea, generalmente aprendida y adquirida en la infancia, trae como consecuencia que, en la adultez, cualquier sentimiento u emoción considerada negativa, rechazada o indeseada sea reprimida, invisibilizada hasta el punto en que finalmente es ignorada, lo cual, objetivo contrario, no las hace desaparecer. Esto trae confusiones con respecto a lo que sentimos y al haber perdido la capacidad de reconocer esta información, quedan inaccesibles las herramientas de afrontamiento pertinentes a la situación (si es que alguna vez se tuvieron). Se presenta entonces malestar sin identificación.

    La palabra ejerce entonces la función de agregar representación a la emoción. Y es que, una de las maneras de darse cuenta de que algo existe es poder ponerlo en palabras. Con todo esto, no quiero decir que la palabra sea la única manera de abordar dentro de la psicología.

   Existen corrientes dentro de ella que además del lenguaje, integran la forma enactiva propuesta por Bruner, p.ej.: un psicodramatista (nombre asignado al terapeuta en psicodrama) en vez de preguntar “¿Cómo te sientes?”, te diría “muéstrame cómo te sientes”. Lo realmente importante es comprender que anular una representación no hace desaparecer la emoción y lo que busca un buen terapeuta es precisamente el insight, el darse cuenta, la consciencia del paciente ante lo que le está sucediendo, pues es este el comienzo del cambio que está buscando.

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